Ha pasado más tiempo del que creo desde la última vez que alguien me leyó. Cuando escribía para que me leyeran. Es curioso pensar en la vida como un conjunto de buenas y malas decisiones. ¿Crees en las malas decisiones? Una fue tal vez dejar de escribir.
Hacerlo siempre fue el punto de partida de un viaje hacia mi interior, era la mejor forma para asimilar, entender y aceptar. Pensamientos, ideas, dudas, preocupaciones, todo bien organizado en unas cuantas líneas. Llegaba con facilidad a la respuesta, que luego se convertía en una buena decisión. Hasta que un día alguien apareció y rompió con todo ese esquema. ¿O acaso fui yo misma? De pronto las malas decisiones no resultaban ser tan malas. Me hacían sentir bien.
Escribir entonces significaba encontrar el camino correcto. Cuando dejé de hacerlo fue porque empecé a explorar otros. ¿Cuántos caminos hay? Uno de ellos fue el sufrimiento, por ejemplo. Ya me lo habían advertido antes, pero era imposible alejarme cuando todavía creía que no era autodestructivo. Porque lo era. Siempre lo es. Las malas decisiones nunca dejan de ser malas decisiones, incluso si nos llevan a un lugar feliz.
Hoy escribo otra vez gracias a ti. Para que tú me leas. Volver a hacerlo me hace sentir como una sobreviviente. Escribir hoy tiene otro significado, pero sobre eso te puedo contar otro día.
Del lado de allá: Las flechas que nos cruzan