Siempre espero. Tres, cuatro, cinco semanas. Nada. Todo lo que empieza en mi vida por supuesto que debe traer algo o alguien consigo. Mis expectativas son exageradamente optimistas, tanto que creo que eso aturde un poco al Universo. Pero ahí estoy yo, esperando.
Tres, cuatro, cinco semanas. Nada. Entonces empiezo a adaptarme, a sentirme más cómoda, a acostumbrarme tal vez, las revoluciones bajan, y cuando creo que lo que sea que esperaba al inicio ya no ocupa lugar en mi cabeza, solo toma un lapso tan cortito de tiempo para que estalle.
Estalla y mi sangre es bombardeada con más fuerza, de pronto empiezo a sentir cada paso que doy porque es el momento, porque está pasando y yo tiemblo porque no lo creo, porque juega conmigo, porque me hace saber que existe de esa forma, alterando todos mis sentidos.
Porque cuando empiezo a dejar de creer, él viene y me libera. De mis pensamientos, de mi conformismo, de mis no propósitos, del sentido que le doy a mi vida. Porque ese es su trabajo. Conspirar. Dejar todo preparado para que yo empiece a actuar.
Pero, ¿qué pasa si yo no actúo? ¿Es porque él también lo quiso así? Porque, ¿así tenía que ser? ¿Cómo es que desperdicio una oportunidad? ¿Por qué? ¿Miedo? ¿Para qué?
Alguna vez yo no actué. Y el hubiera me hace envidiar lo que podría haber pasado. Porque no se trata de algo que haya hecho, sino de algo que no hice.
Del lado de allá: La estrella