La luz

Hoy desperté con mis piernas extrañando el suelo donde alguna vez estuvieron.

Camino descalza para sentir, doy vueltas alrededor de mi casa como si eso realmente despejara mi mente, veo los rayos del sol invadir las plantas, me pregunto cuánto han esperado ellas para que él llegara.

No estoy bien. Me lo repito una y otra vez como castigándome. No estoy bien.

He llegado. Lo pienso. ¿Toco? ¿Te llamo? ¿Te escribo? O estás ahí, detrás de la puerta mirándome por la rendijita listo para abrir, porque has calculado el tiempo exacto que me iba a demorar. Como siempre. Como antes. Como ya nunca.

Te imagino de todas las formas. Sentado frente a una computadora mejorando los momentos felices de algunos extraños. Entretenido con alguna comedia antes de escoger la de terror. Dormido.

Escojo la tercera opción. Porque no puedes verme. Como ahora. Recorro cada centímetro de tu rostro. Para no olvidarme. Para no olvidarte. Entonces vuelvo a tener diecisiete años y estás recostado sobre mis piernas, cuando me preguntabas tímidamente si podías hacerlo. Ojalá también pudieras mejorar ese momento.

Te escucho respirar lento, y sé que no tengo mucho tiempo. Empiezo a contarte que pasaba solo para despedirme. Ya perdimos la cuenta de cuántas veces lo he hecho. Pero tú sigues dejándome hacerlo.

Silencio.

Las plantas ya recibieron suficiente de su dosis. Es loco saber que no todas las luces son iguales ni que todas las plantas necesitan la misma luz. O que el exceso o la falta de ella podrían hasta matarlas.

Me siento cansada. Vuelvo a la cama y pienso que si acaso otro mundo es posible, ojalá algún día queramos rectificar nuestros errores.

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