«En dos semanas, todo vuelve a la normalidad».
Te sonreí sin saber que esa sería la última vez que nos veríamos.
Observarte y escucharte hablar eran mi pasatiempo favorito. La forma como gesticulabas, podía saber con anticipación lo que vendría con solo mirarte a los ojos.
De acuerdo, un consejo, una broma.
Interrumpir nuestra conversación para explicar el significado de alguna palabra. Le quitaba la excitación o la seriedad al asunto. Era muy divertido.
Caminar juntos, abrazarnos lentamente, con cuidado, aún con los nervios de una primera vez. Me sentía pequeñita a tu lado, pero con el corazón como nunca antes inflado. Seguro de lo que quería.
Buscar algún escondite sin rendirnos, protegernos de la gente paranoica, planificar las respuestas a cada una de las preguntas del policía fantasma. Hacer de tu carro nuestro cómplice. Tus besos, mi aliento, tus manos, mi pulso.
Te invité a mi lado, como aquella vez. Pero te pareció que estaríamos más cómodos frente a frente.
Te sonreí y sin decir nada, me pregunté si volver a la normalidad nos permitiría seguir juntos.
No.
Tenías razón.
Yo volvía a enfrentarme a la incertidumbre sin sostener tu mano.
Y tú…
Y tú regresando a donde siempre perteneciste.
Conocernos fue un milagro.
Un milagro.
Que ya no existe.